He conseguido la felicidad de lo mundano. Terminar de trabajar y tomarme una coca-cola me llena de inmensa felicidad; me siento en mi máximo esplendor cuando disfruto cualquier momento de austeridad. Suena bien, e incluso cualquier vendehúmos diría que he alcanzado lo que muchos ansían al valorar la simpleza de las pequeñas cosas. Pero no es así; en realidad esto no es más que un mecanismo de defensa que mi inteligentísimo y capaz ser ha desarrollado.
Porque me encuentro tan asfixiada normalmente, que cualquier mínimo respiro es valorado como si fuera el mayor tesoro. Y, sin desdeñar la importancia de los pequeños momentos, esto no debería ser así, ya que la gracia de los pequeños momentos debiera estar en que no siempre son apreciados y eso los ensalza en las ocasiones en las que lo son.
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A menudo siento un aturdimiento general. Como si estuviera viviendo la vida demasiado rápido, como si hubiera dejado de pensar y de reflexionar; o como si mis pensamientos estuvieran muy perdidos y no fuera capaz de materializarlos como me gustaría.
No voy a decir que me siento completamente aturdida y soy incapaz de ser feliz, pero es molesto este continuo sentimiento de aturdimiento; de hacer las cosas porque "quiero" hacerlas, pero casi sin disfrutarlas. ¿Qué me está pasando para haberme vuelto así?
Es como si estuviera perdiendo todo lo que antes me hacía disfrutar. No siempre he conseguido disfrutar de lo que hago, pero quizás últimamente estoy disfrutando menos de lo que solía.
Por eso he vuelto a escribir aquí.
Porque escribir siempre lo disfruto.
Ahora mismo no me siento aturdida; no estoy disfrutando a medias.