Me repugna la estupidez. Me dan arcadas sólo de pensar en imaginarme a estúpidos. Es curioso, porque sólo los seres humanos son capaces de producir en mí tal asco. La injusticia de la naturaleza me inspira una sensación de lángila aceptación. Pero la injusticia de la humanidad me produce la repugnancia más vomitiva. Porque la injusticia humana se puede evitar y la natural no. Los humanos supuestamente poseen racionalidad de pensamiento y además están dotados de sentimientos empáticos y, sin embargo, se vuelven criaturas estúpidas, egoístas, viles, maquiavélicas y, en resumen, repugnantes.
Los verdaderamente asquerosos no tienen porqué ser los que comenten los crímenes más atroces, pues muchas de estas personas simplemente están enfermas. Los verdaderamente asquerosos son los que no lo están y, de estos, su estupidez no siempre se manifiesta como un crimen atroz. Puede ser una simple forma de ser, un penoso intento de vejar a otros seres humanos, un comportamiento estúpido sin más, de los que no son denunciables pero incitan a la repugnancia por parte de los que tenemos un poco de cerebro.
Soy alérgica a esta clase de estupidez humana. Me hierve la sangre, se me hinchan las venas, se me retuercen los músculos. Me salen sarpullidos que explotan, como pequeños volcanes de sangre roja ardiente. Me dan arcadas en lo más profundo del estómago y me hace vomitar hasta que no queda líquido más que expulsar. Me quema el cerebro, me cortocircuita las sinapsis neuronales. Me destruye de una forma grotesca, asquerosa y repulsiva. Y todo ese amasijo de huesos, carne, sangre y fluidos da lugar a un hedor que hace que los estúpidos se envenenen con él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario