Estoy atrapada en un bucle infinito que lleva repitiéndose tres años. Me asombra la precisión de sus ciclos. Es tan regular como un ritmo circadiano. De hecho, es más regular que mi horario de sueño y vigilia. Curioso como pueda ser en su análisis, ya tengo claro el funcionamiento del bucle: sus porqués y cada uno de los engranajes que lo hacen funcionar. Incluso me atrevería a decir que lo tengo asumido. Durante los dos primeros años lo entendía pero no lo asumía; ahora sí.
Una vez comprendido y asimilado, debería perder interés en él. Sin embargo, me digo que podría vivir en él toda la vida y me parecería bien. Lo que me asusta es que deje de ocurrir. ¡Qué extraño! Pero eso es lo que quiero. Quiero hundirme en la miseria y no salir de ahí nunca. Que este dolor con picos regulares de adrenalina y felicidad falsa se repitan para siempre. Eso lleva a otro problema: nada me asegura que el bucle vaya a seguir el resto de mi vida. Ni que vaya a seguir ni que sus ciclos vayan a ser tan regulares como en los últimos tres años. ¿Qué haré entonces? ¿Cómo lo asumiré? No lo sé. Creo que estoy jodida y no hay esperanza ninguna de salvarme.
Pero, de momento, me alegro de seguir viviendo en esta tristeza continua de espera a mi pico de felicidad falsa que, si todo va bien, vendrá en 2021. Después de todo, estoy acostumbrada a esperar mucho para ser recompensada con poco. Gracias Detective Conan por tanto.
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